Programar al mundo por Josefina Zuain
La muestra de Tomás me recuerda una consigna que cada tanto tengo que refrescar: en el mundo del arte nada se reduce al color y a la forma que lo contiene, las formas determinan contenidos simbólicos y los proceso de acción son esenciales al producto artístico, no a la inversa.
Los bloques de información, sirven a la tarea del programador para diseñar mundos que le son útiles a él y a otros, de este poder se sirve Tomás para pensar sus obras. Retrata los elementos del mundo, aquellos menos aprehensibles y menos conocidos por el hombre en su individualidad. Y, así, una laboriosa abstracción geométrica me lleva a sumergirme en un mundo que se me hace extraño. Naturalmente, es parte de la vida la muerte. Yo veo en esta sala Naturalezas Muertas por doquier.
El exceso de planteos intelectuales y tramas de texto dieron por tierra a nuestro vínculo con el barro y el cielo, un vínculo pagano-terrenal, y los árboles tomaron formas útiles a nuestras composiciones preferentemente apaisadas. Con el tiempo y la historia del arte, el paisaje se hizo carne, se hizo familiar a todos, se hizo cultura en el peor sentido del término. Aquí, en la muestra de Tomás, la cultura corona su triunfo irónicamente, y una risa es la que desoculta la mirada ingenua, abriendo paso a la examinación de todos. Esta estrategia es la que provoca el asombro de nuestros propios seres y anuncia en forma de obras-del-arte esta imperialización que, parece ser, nos hace felices: el orden y la codificación son parte de nuestra naturaleza contemporánea.
Los comentarios son anexos a la existencia de Las Cosas Existentes. La cosa que ya se dio lugar en el mundo gracias al ser de la naturaleza, es factible de ser comentada, es factible de recibir una escritura que permita, sino entenderla un poco mejor, sobre todo empezar a descreer incluso de su verdadera existencia. Creo que es la segunda estrategia la que se hace espacio en la escena construida por Tomás, él comenta los grandes poderes de la naturaleza, sus comentarios nos hacen descreer de la certera existencia de dicha inmensidad.
El artificio del hacer es crear como una divinidad creaba en la historia del pasado y hoy crea quien cree en el hacer creativo. Crear no sólo es una actividad de invención, donde algo nuevo aparece en el mundo por efecto de una acción divina, también es ordenar, clasificar y re-instituir aquello ya dado.
¿Programa el artista la naturaleza o programa formas de formalizar todo lo que en ella habita y/o lo que ella es?
Inventando una realidad que no existe, pasamos el tiempo ficcionando un pasado remoto y potencializando un futuro inmediato e incierto. Colores, cromaticidades, estructuras de contención son elementos que no pueden escapar a nuestra humanidad, no tanto porque seamos hijos de la naturaleza sino, sobre todo, porque en ella habitamos y ahí hemos de quedarnos y sin más.